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miércoles, 19 de julio de 2017

¡QUE SALGA EL AUTOR! (Otto Raúl González)


Estaba por concluir aquel hermoso día de verano. El ocaso empezaba a mover lentamente sus tramoyas en el escenario del horizonte. Se preparaba así el gran espectáculo del crepúsculo. Los tres jesuitas que se paseaban a aquella hora por los espaciosos jardines del convento, se reunieron en el patio mayor, como si hubieran convenido de antemano el encuentro. Y el gran espectáculo dio principio. El ingenuo nácar, el amarillo limón, el azul desvaído, el ocre profundo, el añil severo, el verde tierno, el café rotundo, el marfil puro, el púrpura definitivo y el anadrio violento bailaron su danza de nubes y de ilusiones efímeras. Y se aproximó el final calmo y supremo.

Se adivinaba caer ya un lento telón de terciopelo negro. Los monjes sonrientes batieron palmas incesantes. Uno de ellos, sin poder dominarse, gritó: ¡Que salga el autor! ¡Que salga el autor! Contagiados los otros, insistieron. Y ya en coro pedían a gritos ¡El autor! ¡El autor!… ¡Que salga el autor! Los tres pensaron lo mismo y volvieron a corear: ¡Queremos la presencia del autor! Varios truenos resonaron en lo alto y se vio una danza de relámpagos, uno de los cuales fulminó a los tres entusiastas jesuitas. Ya en otra dimensión, allá donde todo es armonía, los tres escuchaban la voz de Dios: ¿Queríais estar ante mi presencia, hijos míos…?


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