Y sí, soy un perro free lance de pueblo. Tardé en darme cuenta de que esta vez solo sería eso. No ponía huevos, tampoco tenía cuernos y ni hablar de hacer patinaje sobre hielo.
A los pocos meses de nacer me abandonaron en un vertedero. Me recogió don Mentecato y me apadrinó prometiendo cuidarme toda mi perra y su aún más perra vida, pero como era de esperar no cumplió su palabra y no se lo reprocho. Viene a mi mente el dicho «errar es humano, perdonar es perruno». A lo largo de mi vida he comprendido que casi ningún hombre tiene palabra, pero todos tienen silencios y eso es lo esencial.
Es muy difícil mentir con el silencio. Para mí es un recurso natural, como el agua. Hay días en que sólo me alimento de eso, y claro, así estoy también flaco como perro; o como bromearía mi compadre pastor alemán: no es que sea flaco, es que tengo los huesos bien afuera. Además parezco de gamuza con la tiña que agarré al revolcarme con una perrita choca de los suburbios y que me da un look bohemio.
Mis silencios preferidos son el silencio del hueso y el silencio de los enamorados que huele a bistec y anhelo. En cambio, el silencio de los cónyuges suele ser turbio y estrecho y no es sólo uno compartido, sino al menos dos, por lo general antagónicos. A mí personalmente me ponen la carne de gallina y eso bien se sabe que para un can no es nada bueno.
Soy zurdo convencido. Meneo la cola con oficio de izquierda a derecha, me despierto de izquierda a derecha y si el tiempo me permite elegir, planto preferentemente el mordiscón en el muslo izquierdo del masticable contrincante.
¿Que por qué me fascinan los gatos? Porque son algo así como el resumen de la noche, sobre todo los negros. Pienso que, si logro finalmente despedazar a alguno, liberaré todos los amaneceres que contiene. Soy re-patiperro, creo en el espacio abierto y en la posibilidad de las esquinas.
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