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miércoles, 13 de agosto de 2014

EL PRÓXIMO LIBRO (una crónica de António Lobo Antunes)


El próximo libro va asomando muy despacio. Por ahora es una sombra difusa, no tiene palabras siquiera, una especie de segunda atmósfera que poco a poco me rodea y donde distingo, a duras penas, jirones de voces, olores, sonidos, parte de una persona que parece acercarse y, en lugar de acercarse, desaparece, me quedo esperando y no vuelve, zonas de mi cabeza dejan de pertenecerme, vagan ocupadas no sé bien en qué, la mano, de vez en cuando, se mueve sola como si escribiese

(si la miro se aquieta)

cosas dentro de mí que se detienen, se examinan, parecen reflexionar, un cambio también en mi cuerpo, los dedos, por ejemplo, con una atención diferente, los ojos minuciosos, preocupados por lo que no me interesa, ciertos pliegues de la memoria de repente vitales

(pliegues a los que no había hecho demasiado caso)

el corazón más lento o más rápido

(una mitad del corazón no es mía)

no en el pecho, latiendo al mismo tiempo

(es difícil explicarlo)

en el interior de las costillas y fuera de ellas.

El inicio de un libro se traduce en señales físicas, una alteración en el raciocinio, una sensibilidad mayor al frío, a las aristas, a los colores, una especie

(si me puedo expresar así)

de alerta somnolienta, una indiferencia en relación con lo cotidiano, en la cara que me afeito por la mañana no facciones inesperadas, las mías pero como flotando en la piel

(¿a quién afeito?)

la impresión

(es difícil explicarlo)

de examinarme, de pasarme revista, coleccionar inutilidades, frases truncas, diptongos, una ondulación que se va precisando, creciendo, en cada ondulación letras

(no palabras, letras, por ahora no palabras, letras)

números que deben de ser los números de los capítulos pero pueden ser personajes, pero pueden ser anotaciones que aún no entiendo, dejo de leer para recorrer páginas ajenas, simultáneamente aburrido e interesado, Oblómov, los diarios de Cheever

(una página de buena prosa es aquella en la que se oye llover)

los versos de Wallace Stevens y no queda nada salvo una perplejidad, un no es esto, la biografía de Thomas Mann que me hace repudiar al hombre, en la primera versión de Guerra y paz, ahora publicada, me animan algunos procedimientos técnicos, me quedo estudiando sus desarrollos, sus recursos, vuelvo a Conrad para observar la entrada de una narración dentro de una narración dentro de una narración, pienso en mi manera de solucionar este asunto, comparo, mido, pruebo mentalmente otro camino, un juego de ajedrez en el fondo, qué apertura, qué variantes, qué opciones, qué sacrificios de la dama, abandonar mi querida y fuera de moda defensa india del rey y desparramar las piezas a campo abierto, escribir es intentar vencer a Dios a todo lo ancho del tablero, me apetece imaginar un libro grande, vacilo, grande o, si no, comprimirlo mediante eliminaciones sucesivas, tengo casi todo lo que respecta al libro o sea no tengo nada, soy un ciego con las manos vacías que tropieza, donde se espera que haya un escalón no hay escalón alguno, donde se está seguro de que no hay ningún escalón el pie se hace daño con la madera, tal vez dentro de dos, tres meses, lo consiga, por qué razón un libro tarda tanto en fermentar y, para colmo, creo que aún no he reunido la fuerza física necesaria para unos veinte meses de cuerpo a cuerpo con el texto, la fuerza física, la perseverancia, la obstinación, con el último pensaba

-No voy a dejarme vencer por una novela

y me sentía derrotado día a día, con ganas de destruir las páginas

(-¡Basura!)

y, vaya por Dios, era eso, exactamente eso lo que yo quería y no creía haber encontrado, era eso, prepararme para las desilusiones, los entusiasmos, los desánimos, las elecciones erradas, para aguardar a que la novela se vaya formando según le venga a cuento

(vaya expresión, venirle a cuento)

o sea según su manera de ser, una novela tiene su carácter, su fisonomía, su temperamento, que no son los míos, aceptarlos

-No eres tú, listo, se acabó

y aceptarlos cuesta, ojalá esto marche, se ponga a caminar con la dificultad de los mecanismos largamente inmóviles, aceptar el mecanismo largamente inmóvil

-Te acepto

mirar la ventana y el sol ahí fuera, el mundo en orden, casas, árboles, gente, una muchacha peinándose junto a la ventana en una postura de cántaro, y si fuese capaz en el papel de la perfección de esos gestos tal vez lo consiga, tal vez pueda, un hombre toca el hombro de la muchacha, sus brazos bajan, el cántaro desaparece y no importa, porque ya ha entrado en el libro y me espera.

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