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miércoles, 30 de julio de 2014

¿PAPEL O PLÁSTICO? (Renato Contreras)

Novecientos noventa y nueve años han pasado ya desde la caída del cielo y nada ha cambiado, yo estuve vivo aquel día; donde las plagas y las copas fueron desatadas, aquel momento, del enfrentamiento entre la Tierra y el Caballo blanco, la caída de la Bestia y su profeta al azufre eterno, el retorcimiento de las últimas hojas verdes de un prado, los huesos de los marcados con el triple seis. De todo esto fui testigo hasta que perdí el conocimiento.

Lo primero que vi fue un escarabajo Hércules, su chirrido característico no me hizo gracia hasta ya despierto, sonaba diferente, como si le hubiesen llenado todo el interior de un fluido en gel convirtiendo el siseo en un ahogado rugir de corazas. Lo siguiente que pude notar fue el azul del cielo, espantosamente perfecto, no había nubes, era por completo un lienzo interminable y cálido. A lo lejos, choques de metales con madera, el escarabajo no volvió a oírse.

Un ente monstruoso, con pies por manos y la cabeza en la espalda vomitaba cerca de la acción, en la cual un Samurái rajaba de lado a lado lo que parecía un árbol curvo boca abajo. La cola de zorro del guerrero se detuvo, el vómito tomó un color azulado, en un momento a otro la espada atravesó mi abdomen. Y el vómito, en mi boca.

No hubo dolor, ni una gota de sangre, sólo el cosquilleo recurrente de un amputado en el vacío de su miembro perdido.

Ahí estaba de nuevo el chirrido del escarabajo.

El Samurái lanzó su arma dentro del asqueroso organismo de dos metros y se arrodilló. El vomitivo hizo igual.

Las manos del Samurái azotaban inconscientemente el rocoso suelo, estaba temblando. En vez del río de sustancias ahora bullía un sonido relajante. Mis oídos cosquilleaban.

Chirrido, chirrido, el escarabajo Hércules azotaba sus alas sobre la atmósfera y vi algo fluir por la entrepierna del Samurái. Quise correr. Algo que me ataba al suelo lo impidió.

Un croar nació del estómago del monstruo, el escarabajo se detuvo.

Vi mil pedazos de carne regados sobre la zona. Una circunferencia dibujada con trozos nos encerró a mí, al Samurái y el insecto. Lo próximo que supe fue que esto era la Tierra, la verdadera Tierra, la nueva Tierra; un pantallazo de información golpeó mis ojos, y de pronto ya lo entendía todo. Esto es el Infierno. Y el resto es como nosotros.

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