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jueves, 24 de julio de 2014

LA RANA Y EL PRÍNCIPE (Joan Manuel Serrat)


Él era un auténtico príncipe azul, más estirado y puesto que un maniquí, que habitaba un palacio como el de Sissí y salía en las revistas del corazón. Cuando tomaba dos copas de más, la emprendía a romper maleficios a besos. Más de una vez, con anterioridad, tuvo Su Alteza problemas por eso.

Un reflejo a la luna se le escapó y en la palma de un nenúfar
la descubrió. Y como en él era frecuente, inmediatamente la reconoció.

Ella era una auténtica rana común que vivía ignorante de tal redentor, cazando al vuelo insectos de su alrededor sin importarle un rábano el porvenir.

Escuchaba absorta a un macho croar con la sangre alterada por la primavera, cuando, a traición, aquel monstruoso animal en un descuido la hizo prisionera.

A la luz de las estrellas le acarició tiernamente la papada, y la besó.

Pero salió rana la rana, y Su Alteza en rana se convirtió.

Con el agua a la altura de la nariz descubrió horrorizado que, para una vez que ocurren esas cosas, funcionó al revés. Y desde entonces sólo hace que brincar y brincar.

Es difícil su reinserción social. No se adapta a la vida de los batracios. Y la servidumbre, como es natural, no le permite la entrada en palacio.

Y en el jardín frondoso de sus papás, hoy hay un príncipe menos y una rana más.


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