El robot miró dentro de sí, y reflejado en los circuitos de su logos positrónico, contempló la condición humana como realmente era y se ofrecía a su alcance. Retractó la cabeza moldeada de bronce y hierro y musitó palabras sin música y de asombro parpadearon las luces de sus células, pues saboreó el robot el asco de verse en un tris de saberse humano, y conoció en su trayecto gritos de furia y sangre, torturas, extorsiones, labios lapidados por los besos de la muerte, y presenció suicidios, matanzas, fraudes, disparos al alba sobre las tapias de un cementerio, mentiras que significaban vidas, hambre, y comprendió de monopolios y armas pasadas de mano en mano, de cuchillos en la oscuridad hundidos en vientres pestilentes y revólveres vaciados sobre el cráneo de otros hombres como spray sobre un insecto, y observó miedo, locura, intransigencia, amistades partidas por el trasfondo de una hembra, asesinatos, revanchas, depuraciones, pubertades segadas como una flor abierta a la depravación y el desengaño, y lloró los etnocidios, las batallas, las condecoraciones de la gloria, la pobreza, medias palabras falsas que se decían de amor, y entendió de orgullos, crueldad, intolerancia, corrupción, odio y archivó incestos, calibró miseria, verificó crueldades, las mil caras del horror en todas sus formas, y un caudal de lágrimas metálicas desbordó sus ojos cargados con la inocencia de una nube, y acercó el robot los dedos táctiles al lugar donde bullía su corazón de cuarzo, y presionó con fuerza sobre la caja mágica de donde obtenía la inspiración, y mientras temblaba la carcasa de su cuerpo ante el output que le segaba el alma y anulaba la condición a la que pudo acceder por un momento, el robot pensó si esto es ser humano yo no lo quiero, si así es la vida del hombre no me interesa.
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miércoles, 21 de junio de 2017
MÉTALAS (Rafael Marín Trechera)
El robot miró dentro de sí, y reflejado en los circuitos de su logos positrónico, contempló la condición humana como realmente era y se ofrecía a su alcance. Retractó la cabeza moldeada de bronce y hierro y musitó palabras sin música y de asombro parpadearon las luces de sus células, pues saboreó el robot el asco de verse en un tris de saberse humano, y conoció en su trayecto gritos de furia y sangre, torturas, extorsiones, labios lapidados por los besos de la muerte, y presenció suicidios, matanzas, fraudes, disparos al alba sobre las tapias de un cementerio, mentiras que significaban vidas, hambre, y comprendió de monopolios y armas pasadas de mano en mano, de cuchillos en la oscuridad hundidos en vientres pestilentes y revólveres vaciados sobre el cráneo de otros hombres como spray sobre un insecto, y observó miedo, locura, intransigencia, amistades partidas por el trasfondo de una hembra, asesinatos, revanchas, depuraciones, pubertades segadas como una flor abierta a la depravación y el desengaño, y lloró los etnocidios, las batallas, las condecoraciones de la gloria, la pobreza, medias palabras falsas que se decían de amor, y entendió de orgullos, crueldad, intolerancia, corrupción, odio y archivó incestos, calibró miseria, verificó crueldades, las mil caras del horror en todas sus formas, y un caudal de lágrimas metálicas desbordó sus ojos cargados con la inocencia de una nube, y acercó el robot los dedos táctiles al lugar donde bullía su corazón de cuarzo, y presionó con fuerza sobre la caja mágica de donde obtenía la inspiración, y mientras temblaba la carcasa de su cuerpo ante el output que le segaba el alma y anulaba la condición a la que pudo acceder por un momento, el robot pensó si esto es ser humano yo no lo quiero, si así es la vida del hombre no me interesa.
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