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domingo, 29 de octubre de 2017

JÚLIO POMAR: PINTOR (António Lobo Antunes)



Los antiguos, que de acuerdo con el conocimiento común eran personas sabias, al dibujar los continentes que se les iban apareciendo reproducían el contorno de la costa, escribían por encima

aquí hay leones

y resolvían el asunto de un plumazo.

Después venían otros antiguos más próximos que perfeccionaban sus muñecos y se dedicaban a desplazar la idea de los leones hacia el interior de la tierra, de tal modo que hoy, modernos como somos, y dejando de lado la amable excepción de los jardines zoológicos

(que se destinan a aliviar los fines de semana de los padres separados con hijos pequeños)

los leones viven sólo en los mundos muy secretos del interior de la vida, que es el lugar donde trabajan los artistas. A veces pensamos que ellos, los artistas, están junto a nosotros y no lo están en absoluto: es decir, parte de ellos está ahí, conversando, comiendo, riéndose, tan panchos, y el resto, que es todo, anda por atlántidas difusas ahuyentando leones hasta que queda la isla, claro, la línea de la costa como es debido, la geografía del mundo al descubierto. Júlio Pomar pertenece a esta especie de raras criaturas: nos trae a la luz del día, con la camaronera de su palma. Hay momentos en que pienso en él como en un partero: hay allí, supongamos, un cuerpo sólo cuerpo, estira el brazo, da vueltas y más vueltas con los pinceles, o el carboncillo o lo que le venga en gana, en grutas muy oscuras, y nos coloca frente a la cartografía completa no sólo de nosotros mismos sino de aquello a lo que pertenecemos. Y el resultado final no es amargo, no es dolorido, no es triste: es una celebración de la vida, porque

Pomar es despiadado. Todo está trabajado con vísceras: como en la vida

(esto es tan evidente para mí, Virgen Santa)

Júlio Pomar pinta contra la muerte: ante un cuadro suyo no se me ocurre pensar

-Quien hizo esto no acaba

sino

-Soy yo el que no acabo porque él hizo esto

o sea que me está salvando de mi finitud con su obra, que es un regocijo de la inteligencia de los sentidos. El poeta Paul Fort aconsejaba que dejáramos pensar a los sentidos

(laisse penser tes sens)

lo que sólo se hace posible con mucho trabajo, muchos intentos, mucho caminar sin ojos

(porque esto ocurre muy en el fondo, adonde los ojos no llegan)

alumbrado por lo que suele llamarse talento, genio, yo qué sé, y que sólo consiste, al fin y al cabo, en la capacidad de iluminar las cosas, con el índice convertido en una vela, cuando falta la electricidad. Y donde están los leones, palabra de honor, no existen fusibles. Entonces Pomar va allí al rato, los llama por su nombre y ellos listo, posados en la oreja, dado que en el lugar en el que escribían los antiguos

aquí hay leones

y que es de ellos, no los encontramos, Pomar los agarra por el pescuezo, dice sin palabras

-Arréglenselas con éstos

y se abisma en el taller en busca de un nuevo envío. En cierto sentido se trata de una vocación de cartero: entrega el correo y sigue hasta la puerta siguiente. Y entonces, por su intermedio, recibimos las cartas que sabíamos que nos habían escrito y que no llegaron nunca y también las que ignorábamos haber escrito, aquellas que nos hacen darnos con la mano en la frente, pasmados

-Vaya

espejos más espejos que los espejos, devolviendo

(zácate)

la despiadada naturalidad de los retratos, que es como quien dice no lo que somos sino lo que deberíamos ser si nos observáramos sin complacencia ni pena. Los artistas que me interesan son los que me vuelven inteligente con respecto a mí y al mundo, aquellos que, como Jules Verne aconsejaba, me revelan que es necesario tomar lecciones de abismo. Y prestan alas, como otros alquilan barcos para dar paseos por el río. No obstante, atención: la pintura de Pomar es una cosa peligrosa, llena de bajíos, corrientes, torbellinos imprevistos para quien se atreva a algo más que mirarla de lejos. Nos colocamos frente a su obra, muy bien dispuestos, y viene el canalla del cuadro, nos chupa, y no se sale de allí igual que como se ha entrado: absténganse las almas sensibles, puesto que al volver a la superficie se traen, pegados a nosotros, innumerables despojos, precisamente los que creíamos guardados en el cajón más secreto del alma, obligándonos a arrodillarnos con la fuerza inapelable y densa de nuestra humanidad primitiva. Por si acaso, nos advierte ya de que aquí hay leones. De ahora en adelante la cosa es con ustedes. No se dejen engañar por la amabilidad, la ironía, la apariencia inocente

(por momentos tan sencillita, la muy tramposa)

que nos vienen con meneos y requiebros de sirena de esquina. Estén atentos al contorno de la costa y no avancen por la tierra. A menos, ilustres colegas, que ustedes conciban el arte como experiencia vital. Por debajo de su apariencia amena, Pomar es despiadado. Todo está trabajado con las vísceras, lleno de infinitos alzapiés: exactamente como en la vida. Una tía mía solía decir:

-Préstame una novela ligera que para asuntos pesados basta con la vida

que, siento contradecirla, no es pesada ni ligera, así como la obra de Pomar tampoco lo es. Son telas y dibujos y grabados etcétera que nos persiguen sin descanso, como esos perros amorosamente terribles que, contra nuestra voluntad, encuentran siempre, los muy listos, el camino de vuelta a casa.



1 comentario:

  1. MI PRIMA ME DICE X ATREVERTE A INSULTARME TE VOY A DAR UNA BUENA TANDA DE CACHETADAS PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF

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