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miércoles, 3 de mayo de 2017

LA LIEBRE (Patricia Suárez)


Ocurrió cierta vez en la antigua Irlanda, una Navidad en la que nevó copiosamente. Un muchacho estaba aburridísimo y comenzó a limpiar su escopeta para salir a cazar. Al padre no le pareció una buena idea; es más, le pareció una idea malísima. No se salía a cazar un día tan especial como es el día de Navidad. Pero al joven se le metió entre ceja y ceja que saldría a cazar y así lo hizo. No le importó nada del día consagrado al Señor ni que su padre se quedara solo. Su hijo tenía un corazón de piedra para muchas cosas y no era piadoso con su padre. No es que no lo quisiera, sino que no le prestaba demasiada atención. El padre se arrodilló y rezó, muy enojado. Pidió a Dios que le quitara el enojo para con su hijo. Sin embargo, la ira era más fuerte que el deseo de no sentirla. A borbotones, el padre escupió estas palabras:

-¡Ah, mal hijo! Por esta ofensa y por su terquedad, ¡se merece no volver vivo!

Al hijo le tuvo sin cuidado la maldición de su padre y juntó a dos de sus amigos que estaban aburridos también en ese día. Caminaron y se internaron muy profundo en el bosque, desde donde podía verse la colina con su manto de nieve. Estuvieron allí por horas, y ya sentían que estaban congelándose los pies. Por eso, uno de los amigos pidió al muchacho de esta historia que por favor regresaran.

El muchacho miró a su amigo con desprecio. ¿Regresar? ¿Qué cosa era eso? A él no lo acobardaba un poco de nieve ni de frío. Si querían podían irse ellos. Pero justo cuando estaba diciendo esto, vieron sobre la colina una liebre gigantesca.

-¡Vamos a perseguirla! –gritó el muchacho.

Y los tres corrieron hacia allá. Sucedió entonces que cuando llegaron a lo alto de la colina, agitados y estremecidos por el frío, no encontraron ninguna liebre. Ni siquiera su rastro que les indicara hacia dónde podría haber escapado. Para los amigos esto fue demasiado, no querían ellos que el frío y la oscuridad los venciera, así que decidieron volver a sus casas. El muchacho, sin embargo, estaba empecinado en atrapar la liebre.

-¡Vayanse! ¡Ya no quiero verlos! –les gritó.

Aquella fue la última vez que se supo algo del muchacho.

Nadie jamás volvió a verlo.

El muchacho de esta historia tenía una novia en el pueblo. Algunos dicen que su nombre era Bridget y estaba prometida para casarse con él. La chica lo lloró amargamente, porque amaba a su prometido. Muchos meses después, cuando ya se resignaba a la crueldad de la pérdida, comenzó a oír, a medianoche, golpes a su ventana. Una voz temblorosa la llamaba por su nombre. Durante muchas noches ella se negó a averiguar quién la llamaba al otro lado. Sabía que era un fantasma y tal vez debía escucharlo. En vano, ella esperaba que el fantasma desapareciera y dejara de acosarla con su lamento. Al fin, un día Bridget juntó valor y se acercó a la ventana. Al otro lado de la ventana, azulino y tembloroso, estaba el muchacho que en vida había sido su novio.

¿Qué quieres de mí? –preguntó.

-Soy tu prometido –explicó-. Te quise tanto en vida, que me veo obligado a volver.

- Tus amigos, tu padre y una partida de los hombres del pueblo salieron a buscarte apenas desapareciste. Cayó una gran nevada sobre nuestra aldea. Encontraron tu cuerpo muerto. Después, mientras rezábamos por ti y el ataúd se hundía para siempre en la tierra, una liebre enorme apareció de repente sobre una piedra... Y uno de tus amigos gritó: “¡Es la maldita liebre que lo llevó a la muerte!” y disparó contra ella. Pero la liebre escapó, y aunque otro de tus amigos corrió tan rápido como pudo detrás de ella no logró cazarla... El sacerdote dijo que de seguro era una carnada del demonio para atrapar almas débiles... ¿Qué es lo que te apena?

-¿Qué es lo que te apena?

- Me apena alguna vez haber sentido ganas de cazar aquella liebre –contestó el muchacho – y haber hecho enojar a mi padre. Dejé ropa nueva, sin usar, y ahora mis amigos se pelean por mi ropa y mi calzado. Diles que no deben usarlos, sino darlos en caridad...

La chica dijo que el padre ya había perdonado al muchacho y que ella transmitiría ese mensaje a los amigos y rezarían por él. Una vez hecha la promesa, el fantasma del muchacho se desvaneció en el aire y ya nunca más volvió a molestarla.

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