Me gustan los pájaros porque vuelan y no vuelan. Porque se zambullen en las aguas y en las nubes. Porque sus huesos están llenos de aire. Por la pelusa impermeable que tienen bajo las plumas. Por esas garras que han desaparecido de las alas pero que se han conservado en las patas, salvo en esas en forma de remo, dignas también de todo nuestro respeto. Me gustan los pájaros por sus patas de palillo, y por las torcidas también, cubiertas en ocasiones por escamas púrpuras, amarillas o azules. Por su andar elegante y majestuoso, y por su cojera, que siempre da la impresión de que la tierra que hay bajo sus pies se balancee. Por esos ojillos desorbitados que nos ven a su manera. Por los picos puntiagudos, con forma de tijeras, curvos, aplastados, largos o cortos. Por las pecheras emplumadas, los penachos, las crestas, los collarines, los volantes, las almillas, los pantalones, los abanicos y los ribetes. Yo misma valoro en gran medida no solo la grisura en el pelaje del ave, la cual nunca resulta monótona, sino también el abigarramiento, el cual durante la época del celo siempre se las arregla para ofrecernos algún efecto adicional. Me gustan los pájaros por sus nidos, sus huevos y las bocas reptilianas abiertas de par en par de los polluelos. Y, finalmente, por esas voces chirriantes y melodiosas que gorjean, trinan y gorgotean. El autor de este atlas sobre los pájaros le ha dedicado una atención muy especial a todas esas voces. Por ejemplo, el «pst pst tik tik» es la voz de reclamo del papamoscas gris, mientras que el «bit bit cyt crr» corresponde al papamoscas negro, una diferencia sustancial que impide la confusión amorosa entre estas dos familias tan cercanas. Como es de suponer, todo intento por reproducir las voces de las aves mediante los sonidos del lenguaje humano es claramente impreciso, y sería todo mucho más fácil si el atlas incluyera algunos discos. Pero Jan Sokołowski sabía muy bien qué hacía: dada la ya conocida presteza de nuestra industria musical, un atlas como éste con grabaciones aparecería dentro de setenta años. Por ello, su laboriosa aunque imperfecta trascripción merece nuestro reconocimiento; si bien, debe añadirse también que su trabajo es fruto de varios siglos de tradición literaria. Y dado que hablamos de literatura, debo decir que también me gustan los pájaros porque han revoloteado durante siglos dentro de la poesía polaca. Desgraciadamente, no todos ellos. El protagonista y el predilecto de la poesía es el ruiseñor. El águila, el cuervo, el búho, la golondrina, la cigüeña, la paloma, la gaviota, el cisne, la grulla, la alondra y el cuclillo también pertenecen a esa casta privilegiada. También encontramos a la garza, el tordo, el camachuelo, el aguzanieves, el pinzón, el mirlo y muchos otros, aunque más esporádicamente. Hay pájaros cuya existencia la poesía calla, simplemente porque sus nombres son tan desparpajados que arruinarían el ambiente lírico. Nunca me he encontrado con el verderón, el triguero, el trillador marrón o, incluso, con el bigotudo. El desafortunado chotacabras no es para nada más feo que la golondrina, pero no ha conseguido hacer carrera poética. Solo podemos albergar la esperanza de que, en el futuro, algún poeta se apiade finalmente de él o de algún porrón osculado. Al menos, este no es el peor de los futuros, ya que aún hay esperanza. Otro cantar es el de aquellos pájaros condenados por tener un nombre ambiguo. El alcaraván, el colirrojo o el gorrión sólo añadirían confusión al paisaje poético. ¿Y qué pasa con la cogujada o galerita cristata? En otra época prestó su nombre a las jóvenes doncellas y lo echó todo a perder. Un poeta que escribiese «A mi tranquila choza llegó volando una galerita», sería hoy considerado como un donjuán fanfarrón. ¿Y qué tal sería el pato havelda? «Una vez me senté en la empalizada y me rozó, al vuelo, una havelda...» No, no puede ser. ¿Y qué tal el pájaro combatiente? «No vagues junto al Narew, vida mía, para que los combatientes no se asusten al verte...» ¿Qué clase de poeta se arriesgaría por algo así? El que esos parias voladores se sientan dolorosamente afectados por su ausencia en nuestra poesía es un asunto aparte. Siempre pueden resarcirse incorporándose a la poesía de algún país extranjero en donde su nombre no pueda asociarse con ninguna otra cosa.
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martes, 21 de marzo de 2017
ELOGIO DE LOS PÁJAROS (Wislawa Szymborska)
Me gustan los pájaros porque vuelan y no vuelan. Porque se zambullen en las aguas y en las nubes. Porque sus huesos están llenos de aire. Por la pelusa impermeable que tienen bajo las plumas. Por esas garras que han desaparecido de las alas pero que se han conservado en las patas, salvo en esas en forma de remo, dignas también de todo nuestro respeto. Me gustan los pájaros por sus patas de palillo, y por las torcidas también, cubiertas en ocasiones por escamas púrpuras, amarillas o azules. Por su andar elegante y majestuoso, y por su cojera, que siempre da la impresión de que la tierra que hay bajo sus pies se balancee. Por esos ojillos desorbitados que nos ven a su manera. Por los picos puntiagudos, con forma de tijeras, curvos, aplastados, largos o cortos. Por las pecheras emplumadas, los penachos, las crestas, los collarines, los volantes, las almillas, los pantalones, los abanicos y los ribetes. Yo misma valoro en gran medida no solo la grisura en el pelaje del ave, la cual nunca resulta monótona, sino también el abigarramiento, el cual durante la época del celo siempre se las arregla para ofrecernos algún efecto adicional. Me gustan los pájaros por sus nidos, sus huevos y las bocas reptilianas abiertas de par en par de los polluelos. Y, finalmente, por esas voces chirriantes y melodiosas que gorjean, trinan y gorgotean. El autor de este atlas sobre los pájaros le ha dedicado una atención muy especial a todas esas voces. Por ejemplo, el «pst pst tik tik» es la voz de reclamo del papamoscas gris, mientras que el «bit bit cyt crr» corresponde al papamoscas negro, una diferencia sustancial que impide la confusión amorosa entre estas dos familias tan cercanas. Como es de suponer, todo intento por reproducir las voces de las aves mediante los sonidos del lenguaje humano es claramente impreciso, y sería todo mucho más fácil si el atlas incluyera algunos discos. Pero Jan Sokołowski sabía muy bien qué hacía: dada la ya conocida presteza de nuestra industria musical, un atlas como éste con grabaciones aparecería dentro de setenta años. Por ello, su laboriosa aunque imperfecta trascripción merece nuestro reconocimiento; si bien, debe añadirse también que su trabajo es fruto de varios siglos de tradición literaria. Y dado que hablamos de literatura, debo decir que también me gustan los pájaros porque han revoloteado durante siglos dentro de la poesía polaca. Desgraciadamente, no todos ellos. El protagonista y el predilecto de la poesía es el ruiseñor. El águila, el cuervo, el búho, la golondrina, la cigüeña, la paloma, la gaviota, el cisne, la grulla, la alondra y el cuclillo también pertenecen a esa casta privilegiada. También encontramos a la garza, el tordo, el camachuelo, el aguzanieves, el pinzón, el mirlo y muchos otros, aunque más esporádicamente. Hay pájaros cuya existencia la poesía calla, simplemente porque sus nombres son tan desparpajados que arruinarían el ambiente lírico. Nunca me he encontrado con el verderón, el triguero, el trillador marrón o, incluso, con el bigotudo. El desafortunado chotacabras no es para nada más feo que la golondrina, pero no ha conseguido hacer carrera poética. Solo podemos albergar la esperanza de que, en el futuro, algún poeta se apiade finalmente de él o de algún porrón osculado. Al menos, este no es el peor de los futuros, ya que aún hay esperanza. Otro cantar es el de aquellos pájaros condenados por tener un nombre ambiguo. El alcaraván, el colirrojo o el gorrión sólo añadirían confusión al paisaje poético. ¿Y qué pasa con la cogujada o galerita cristata? En otra época prestó su nombre a las jóvenes doncellas y lo echó todo a perder. Un poeta que escribiese «A mi tranquila choza llegó volando una galerita», sería hoy considerado como un donjuán fanfarrón. ¿Y qué tal sería el pato havelda? «Una vez me senté en la empalizada y me rozó, al vuelo, una havelda...» No, no puede ser. ¿Y qué tal el pájaro combatiente? «No vagues junto al Narew, vida mía, para que los combatientes no se asusten al verte...» ¿Qué clase de poeta se arriesgaría por algo así? El que esos parias voladores se sientan dolorosamente afectados por su ausencia en nuestra poesía es un asunto aparte. Siempre pueden resarcirse incorporándose a la poesía de algún país extranjero en donde su nombre no pueda asociarse con ninguna otra cosa.
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