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jueves, 6 de octubre de 2016

RAMÓN Y CAJAL (Juan Ramón Jiménez)


Ausente, fino y realista; siempre enredado en el laberinto bello de los sutiles encajes de vida de su microscopio. No conozco cabeza tan nuestra como la suya, fuerte, delicada, sensitiva, brusca, pensativa. Los ojos no miran nunca a uno —a nada con límite—; andan siempre perdidos, caídos, errantes, como buscándose a sí mismos en el secreto, para mirarse, al fin, frente a frente.

Un balanceo, una oscilación como de niño tímido, en todo él, con bruscas erupciones de palabras firmes, plenas, completas, terminantes —hijo salido de madre— como de niño también, que asegura la verdad... Y se va —caído de un lado—, de los dos —alternando—, suelto, desasido, con un paraguas, por ejemplo, que, en su mano, no parece que haya de abrirse para la lluvia; con un abrigo casual, con un sombrero no puesto.

Lo he visto, una vez, en un tranvía, una tarde de lluvia larga, total y ciega, ponerse en la melena plateada las gafas para leer, olvidarse, reclinarse contra el cristal, y seguir así, mirando, en ocio lleno, dejado y melancólico, su infinito.

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