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sábado, 1 de octubre de 2016

EN SILENCIO (Javier Giner)


Le acostó y acarició su cabeza durante unos minutos. La niña cayó rendida abrazando la almohada. Olvidó, bajo el roce de sus manos, la excitación que sentía hacía escasos minutos ante la promesa de regalos que la esperarían al levantarse, a la mañana siguiente. Ella le miró respirar en silencio, sabiendo que se sentía protegida por su cercanía a los pies de la cama. Se aseguró por última vez de que durmiese antes de salir de la habitación. La cena había transcurrido entre conversaciones mínimas, ausencia de recriminaciones y un ambiente familiar gélido y silencioso. Una postal perfecta. Frente a ellos, en la mesa, platos elaborados, dulces, mundos interiores, pensamientos, ausencias y anhelos que no se atrevían a compartir en alto por miedo a romper el guión. Camino del salón reconoció que su vida se había convertido en una mentira: intentar normalizar y ocultar lo que se había roto hacía tiempo. Qué curioso que todo hubiese resultado tan sencillo, tan casual. Se recordó por qué lo hacían cuando apagó la luz del pasillo. Se trataba de ella, de su niña. No podían explicarle que ahora existían otras personas, para cada uno de ellos, a los que prometían lo que una vez, antes de que ella naciese, se prometían el uno al otro. Su niña no sabría que, paradójicamente, ése era el mejor regalo que podían hacerle.

- Se ha quedado dormida en un plis, dijo ella apoyándose en el quicio de la puerta.

- Me alegro, dijo él.

- ¿Le has llamado ya?, preguntó ella.

- Sí, claro, ¿tú?, preguntó él.

- Antes, desde el baño. Una tímida sonrisa apareció en su cara. Se encendió un cigarrillo. Volvían a ser niños haciendo travesuras prohibidas a escondidas.¿Dónde está?, preguntó ella.

- En casa de su madre, mañana saldré un momento a verla después de los regalos, contestó él.

- Claro, por supuesto, faltaría más. Es Navidad, contestó ella.

- ¿Y Ernesto, qué hace?, preguntó él.

- Con su hermana, que anda mal, le acaban de despedir… Ya sabes cómo está todo, explicó ella en un susurro mirando las marcas de zapatos sobre el parquet.

- Ya…, contestó él y se le perdió la mirada un segundo en el interior del vaso que sujetaba.

- ¿Colocamos los regalos?, preguntó ella desde la distancia.

- Venga, contestó él.

- Te ayudo luego a montar la cama, añadió ella señalando al sofá donde él estaba sentado.

- No te preocupes, vamos a poner los regalos. Ya veremos luego, dijo él.

Ella se acercó a la cadena y puso un villancico de Elvis.

- Quizás el año que viene podamos decir que son una pareja de amigos, ¿no?,propuso ella.

- Quizás, repitió él.

Abrieron juntos el aparador y comenzaron a sacar los paquetes con lazos de colores y a colocarlos bajo las ramas de plástico llenas de bolas que reflejaban su imagen distorsionada.

- Baja un poco eso, a ver si se despierta y nos descubre con todo el pastel, pidió él.

Ella llegó hasta la cadena y bajó la música. Siguieron colocando los regalos hasta que la disposición les pareció perfecta y ambos estuvieron satisfechos. Miraron el árbol lleno de alegrías en forma de cajas en silencio, preguntándose durante cuánto tiempo más serían capaces de pretender que no pasaba nada. Luego ella se acordó de las maletas vacías que había guardado debajo de la cama de matrimonio, al mudarse al piso hace años. Pero no dijo nada. Se acercó al cenicero y apagó el cigarrillo.

Feliz Navidad, dijo ella.

Feliz Navidad, dijo él.


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