No sé muy bien qué siento. Si llegan a preguntarme
-¿Qué sientes?
me quedo callada pensando. ¿Pena? ¿Tristeza? ¿Ganas de tener a mi madre aquí? ¿O nada de eso sino indiferencia, por ejemplo? Nos llevábamos más o menos bien las dos, yo la trataba de madre y ella me trataba de Muñeca. No creo que Muñeca sea un nombre para mí. Los vecinos, en vez de Muñeca, dicen Anita. ¿Será Anita un nombre para mí? Mi difunto padre ni Muñeca ni Anita: se quedaba mudo sufriendo del dolor de columna. A lo sumo estiraba el índice y el dedo de en medio, informaba
-Dos hernias
y se pasaba el resto del tiempo cambiando de posición en la silla, con la ceja izquierda levantada. Físicamente me parezco a él aunque de piel más clara. Era jubilado de la Compañía de Electricidad y aguantó en la empresa mientras las hernias lo dejaron. Dos hernias. Cierta tarde dejó de estirar el índice y el dedo de en medio y empezó a consumirse en la cama debido a una complicación en el hígado. El médico a mí
-¿Su padre bebe?
le respondí que sólo agua y el médico sin creerme
-¿Sólo agua?
sólo agua, de verdad, ni una tisana siquiera, y el médico frunciendo el ceño con desconfianza mientras mi padre en silencio, había un rosario colgado de la cabecera de la cama, con cuentas de cristal transparente. Nadie le prestó atención al rosario. Mi madre se sacó el pañuelo de la manga y se sonó. Como no uso pañuelo en la manga no me soné. El médico declaró
-La vida humana es un misterio
mientras guardaba sus aparatos. Olía a loción para después de afeitar y el olor de la loción para después de afeitar se mantuvo un buen rato en la habitación. No abrí la ventana para poder seguir aspirándolo. Duró más que mi padre. La vida humana es un misterio. Mi madre, encantada con la frase, se pasó años repitiéndola. Desde hace diez días hasta hoy sólo yo la recuerdo. Me hace falta la loción para después de afeitar. No el médico, solamente la loción. El médico usaba dos alianzas, una pegada a la otra. Tal vez era viudo. La calva acentuaba su importancia. Tengo una debilidad por las calvas, me apetece pasar la palma por ellas y sentir la lisura de la piel y un lunar o una verruga. Una prima mía afirmaba que los calvos eran inteligentes. No me cuesta admitir esa idea. Ayer me compré un frasco de loción para después de afeitar, le quité la tapa, me lo acerqué a la nariz y ahí estaba el médico de nuevo
-¿Su padre bebe?
mientras desabrochaba el pijama de mi viejo para hacerle unas maniobras en la barriga, golpeando el ombligo con los martillitos de las falanges, al golpear se balanceaban el crucifijo del rosario en la cabecera y también el boliche de metal bruñido por encima del rosario. El médico volvió a abrochar el pijama de mi padre, alzó las gafas hacia mí
-¿Está realmente segura de que no bebe?
y mi madre desde la profundidad del pañuelo, anticipándose
-Ni una gota, pobre
mientras crecía el olor de la loción y la gata pasaba bajo la cómoda con la levedad de una cintita de raso. El médico se puso e meditar observando los muebles y me dio pena que no fuésemos ricos. Después de la muerte de mi madre, llevé su almohada a mi cama, la coloqué al lado de la mía y, antes de acostarme, dejo caer en la funda una gota de loción. Me da vergüenza contar esto, pero la loción ayuda: es como si hubiese una calva inteligente dispuesta a golpearme el ombligo con los martillitos de las falanges al tiempo que anuncia
-La vida humana es un misterio
y el crucifijo se balancea despacio. Aquí en casa hay rosarios por todas partes. Y el Sagrado Corazón de Jesús en la sala, rodeado de espinas, con Jesucristo con la raya al medio sin asomo de calvicie: pelo a tutiplén, hasta los hombros, y una túnica blanca. ¿Será el olor de la loción lo que ahuyenta a la gata? Si me preguntan
-¿Qué sientes?
me quedo callada pensando. No en mi madre. No en mi padre. No en el silencio del apartamento. No en las plantas que pierden vigor. Pensando en el médico que no me trata de Muñeca ni de Anita, sólo apoyado en el borde del colchón revelando
-La vida humana es un misterio
mientras yo, acostada, con el camisón que tiene volantes transparentes y no me atrevía a usar, le paso la palma por la calva sintiendo la lisura de su piel.
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