-¿Tú quién eres?
¿le respondería
-Su nieto?
¿respondería
-El nieto de su hija Eva?
¿me quedaría callado mirando su cara seria, triste, la cara de las fotos en las que nunca sonreí? Miro el reloj que debe de haber mirado muchas veces, pienso en sus facciones atribuladas y graves. Ni sus brazos conozco: por debajo del comienzo del pecho, la fotografía se acaba y él no existe. Tal vez ninguno de nosotros existe, pero existe el reloj. Once y dieciocho de la noche y mis dedos en la herradura, en el caballo. ¿Dónde están los suyos? Preguntas y preguntas, la ventana abierta y los árboles iluminados por las farolas de la calle. El sosiego de las ramas, el misterio de las ramas, hojas que brillan. Estoy solo aquí, en esta mesa muy alta, con un banco muy alto, en la que puedo escribir de pie. Me gusta escribir de pie. El nieto al que obligaron a besarlo y conserva de ese episodio una impresión horrenda es un hombre viejo ahora, a quien se le está acabando la salud. Parece que se fuera quedando desierto por dentro, en el interior de sus facciones devastadas. El reloj once y veintiséis, intacto. La esfera de metal dorado se balancea a una leve presión del meñique. Flota una especie de angustia en esta crónica, algo que oprime en el corazón del corazón. ¿Por cuál de nosotros? Las hojas brillan más en este momento. La estilográfica vacila y luego continúa. Las frases se juntan solas, no les hago falta. Tantas cosas que no sé. Me gustaría haberlo conocido, me gustaría haber compartido su afecto. Me llamo António como su yerno, hago libros, hay ocasiones en las que me siento muy abatido. Estoy aprendiendo a disimular. ¿Soy capaz? ¿No soy capaz? Hoy tenemos la misma edad, señor. Quien se quede un día con el reloj, ¿pensará en nosotros? ¿De qué nos servirá en el caso de que piense en nosotros? A falta de algo mejor, espero que el reloj sea eterno. Es gracioso que me sienta tan conmovido. ¿En nombre de qué? Dos pistolas. Sólo disparó la del lado izquierdo. La carta en la que pedía disculpas por haberse matado estaba manchada con su sangre, la letra se iba volviendo incomprensible, al final puros borrones. ¿Suyos? ¿Míos? Estoy en Benfica, donde usted se suicidó. Otra Benfica. Me duele lo que me resta de la suya en la memoria. Entonces me viene a la cabeza la sonrisa de mi tía Bia y sonrío yo también. Por amor a ella. Y un poco, por extraño que parezca, por amor a usted. Once y cuarenta y cuatro. Por amor a nosotros. Como la sangre que no quedó en la carta sigue en mis venas, seguramente por amor a nosotros.
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