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lunes, 18 de julio de 2016

¿ESTARÁS AQUÍ MAÑANA? (Patricia Suárez)


Así que le escribe un correo electrónico y se lo pone ahí. “No sé cómo decirte lo que sigue: estoy embarazada”. Sabe que no es la mejor forma de hacérselo saber; pero el tiempo corre en contra suyo, piensa. Están en países distintos; no hay forma de encontrarse cara a cara y decírselo. Mientras ella sopesa posibilidades, el feto crece. Él, contrariamente a lo que ella espera, le responde a las pocas horas: “Dios mío…”. Ella escribe a toda la gente que conoce, de su amistad. Les cuenta que le sucedió un accidente, una desgracia. Que la ayuden a encontrar un médico que haga este tipo de trabajos. Los amigos ayudan: encuentran nombres, direcciones, ofrecen préstamos de dinero. El amor de los amigos es un puente infinito. Regresa a la Argentina nerviosa; no lo llama a él, al hombre que la dejó embarazada. Tiene un nudo de autorreproches en el vientre, como para ponerse a escuchar reproches ajenos. No le da la gana; está metida en el estuche de la oscuridad. El hombre la llama. Hace dos o tres años que se conocen; viven muy cerca. Se encuentran durante ese lapso de tiempo dos o tres noches al mes, y de vez en cuando han dejado de verse un par de meses. Ella no está enamorada de él, pero él reúne todas las condiciones. Ella se protege de enamorarse de él: todos estos años, por ejemplo, de vez en cuando ve otros hombres. Incluso se ha relacionado más o menos con uno u otro. Ninguno le interesa lo suficiente; piensa que aparecerá alguno que la deslumbrará, como de chica pensaba que el príncipe azul era posible. Para él el amor está fuera de la relación, de todas las relaciones, en realidad. Eso es lo que él dice: que él nunca fue feliz y que hace diez años que no se enamora. Pero tiene muchos hijos de distintas mujeres, que, también según él, lo acosan. Ella piensa que lo acosan por el dinero de las pensiones; no encuentra otro mérito en él que lo haga una presa deseable. Ella cuando está con él, no siente que esté con una persona real, de todos los días. Cree que si él se para y canta para ella, él puede ser Tony Bennett o Neil Sedaka, alguien de antes, del tiempo de sus padres. Pero él no se para y mucho menos canta para ella. Él le cuenta que está mal, que está deprimido desde hace mucho y después se la lleva a la cama. Ésa es la mejor parte de la noche, para el cuerpo es la mejor. Al día siguiente, la angustia es punzante, llena todo vacío; ella queda aniquilada. Corta todo tipo de comunicación; ni lo llama ni le escribe. Evita encontrarse con él en el chat. No quiere volver a hablar, a saber de él, hasta que esté en el completo dominio de sus facultades. A él ni se le cruza por la cabeza llamarla en los días siguientes. Igual, si se la encuentra por la calle o en algún sitio se pone contento. En dos o tres ocasiones, en esos años, uno de los dos ha llorado en los brazos del otro. La muerte de un familiar, la desazón de todos los días, los problemas que se acumulan, las cuentas, las deudas. Ella nunca usó frases que apelaran al quererse, al amor, se cuida. Él le dice que la quiere cuando la siente lejos o a punto de alejarse. Entonces ella regresa, iluminada, y él dice que es amor pero no el que ella piensa, sino de otro tipo, cariño. La desilusión es un tobogán muy largo, no acaba nunca. Por suerte, no son esclavos uno del amor del otro. A lo sumo, son esclavos de la tensión entre el deseo de libertad y el deseo de ser amado, pero esto no lo saben con certeza, no se dan por enterados. O sea que ocurre como tantas otras noches: él llega, hablan, beben vino, después se van a la cama. Ella, cuando hablan en el comedor, le dice que la gente sobrevalora el sexo: no es tan importante. Él dice que eso no es cierto; porque a través del sexo uno se conecta con la otra persona, se entera de quién es uno y el otro. Ella se avergüenza, piensa que lo que él dice es una estupidez, pero es evidente, cree, que él es un cándido, que él cree saber quién es ella por lo que en esas noches sucede entre los dos, en la otra habitación. De modo que no lo desmiente, lo deja seguir. Aquello que suena es Carol King, “¿Seguirás amándome mañana?” Él apenas si chapurrea el inglés, ella confía en que él no sepa qué cosas dice la canción que están escuchando. “Es éste un tesoro duradero o sólo un momento de placer? Anoche, con palabras inaudibles me dijiste que soy la única…” ¿Cuántas veces aparece en esa canción la palabra noche y la palabra amor? Después, en algún momento, pasan a la otra habitación. Con palabras simples, sin pasión. Se quitan la ropa, se suben a la cama, se encaraman uno encima de otro y en algún momento se besan. En absoluto silencio ocurre todo, y ella comprende de pronto que están en una fecha complicada para no cuidarse, que está cometiendo un error al confiarse en sus manos. Enseguida piensa que no tiene que alarmarse, nada grave ocurrirá. No siente que él haya terminado, cuando él se aparta de ella. Después, él le dice que debe levantarse temprano, ella se lamenta, es una pena. Le es indiferente que él se vaya o se quede a dormir con ella. Cuando duermen juntos, a ella le da taquicardia. Se remueve, se asusta, se corre a dormir a la cama del living. Después él se lo reprocha; así que no duermen juntos, por lo general. Uno de los dos envía un mensaje de cariño al otro, al día siguiente. Él sabe que ella viaja en quince días, así que antes de que ella se vaya la busca. Quiere verla; acomoda sus propios horarios para disponer de una noche o de un rato para verla. Ella, por supuesto, quiere verlo también. Ha estado sintiéndose mal últimamente, con náuseas. Pero no es la fecha de la falta así que no tiene por qué poner el grito en el cielo. Igual, cuando él la visita, antes de despedirse, ella le pregunta si él la última vez acabó o no adentro de ella. Se siente una adolescente haciendo esta pregunta, es ridícula. Está casi segura de que no, pero como no se siente bien, quiere salir de dudas, le explica. Él responde que puede ser que sí y puede ser que no. No está del todo seguro, no recuerda. Ella se pone a temblar. Él la lleva en coche hasta algún lugar, la alcanza hasta la casa de una amiga. Ella está muda, en tinieblas. Ni siquiera recuerda besarlo cuando baja del auto.

Cuando vuelve del otro país, la noche ya no es dulce ni cálida. El amor que parecían darse completamente, cesa. Las sesiones nocturnas terminan. La magia se acaba. Están en una sala de espera, en poco vendrá el médico a poner el punto final.

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