Él espera. Ella no llega. Cuando finalmente aparece, lleva el carmín corrido. Busca una excusa: se pintó mientras conducía. Piensa: es difícil para una mujer volverse seductora al mismo tiempo que se ocupa del volante. También huele a una loción de afeitar distinta de la que él usa. Piensa: no es posible vivir con un hombre que desconfía de todo. Además del carmín y la loción está lo del chupetón en el brazo. Tal vez está siendo suspicaz.
No sé cuánto tiempo hace que estoy aquí sentado esperándote. ¿Quince minutos? ¿Media hora? ¿Más? Pienso: si pasan diez coches rojos y ella no viene, me marcho. Pienso: cuento de uno a trescientos y si, al llegar al trescientos, no apareces, pido la cuenta. Pasan doce coches rojos y me quedo. He llegado al cuatrocientos veintitrés y sigo esperando. Retrocedo del cuatrocientos veintitrés al cero con la certeza de que al ciento cincuenta te veo llegar, haciendo señas entre las mesas de la terraza, un problema en el trabajo, un telefonazo de tu madre, el drama de estacionar el Jeep en el aparcamiento. Pero como el carmín se te ha corrido de la boca a la mejilla y me da la impresión de que, además del perfume, hueles a loción de afeitar, me resulta un poco difícil creerte. Digo:
Pienso: si pasan diez coches rojos y ella no viene, me marcho. Pasan doce y me quedo
-Tienes carmín en la mejilla
tus ojos cambian sin dejar de mirarme, sacas el espejito del bolso, observas la mejilla, me pides un pañuelo de papel, te limpias el carmín, buscas el tubo plateado en medio de una confusión de llaves y agendas, te retocas los labios más despacio que de costumbre en busca de una justificación, guardas todo en el bolso, sonríes porque has encontrado una mentira, tus ojos cambian de nuevo, tu mano se posa en la mía, pides no sé qué al camarero, tu mano se desliza de mi mano a mi barbilla, explicas que debido a la suspensión del Jeep el pintalabios no dio en el blanco, comenzaste a pintarte con el semáforo en rojo, el semáforo se puso verde, una furgoneta tocó el claxon detrás de ti y es difícil para una mujer volverse seductora al mismo tiempo que se ocupa del volante, explicas que es complicado prestar atención a la vez a la cara en el retrovisor y a las señales de tráfico. Tu mano abandona mi barbilla, me pellizca la oreja y al pellizcarme la oreja estoy a punto de creer en ti. La parte que aún no cree insinúa
-Hueles a una loción de afeitar diferente de la mía
la mano que me frotaba el lóbulo
(nadie me frota el lóbulo como tú)
vacila, se ofende, tu silla se aparta indignada, reparo en que sorbes con la nariz so pretexto de sonarte, que tropiezas con el olor, que te apartas un poco más para que yo deje de sentir la loción, que sueltas una ironía cualquiera
-Estuve afeitándome el bigote
que, como de costumbre, te defiendes atacándome
-No es posible vivir con un hombre que desconfía de todo
que intentas resolver el conflicto ofendiéndote
-Tu falta de confianza me duele
que enciendes un cigarrillo con la esperanza de que el cigarrillo disipe el olor
no lo disipa
así enfadada tu cara se vuelve más bonita, me toca a mí ahora frotarte el lóbulo porque tu belleza me tienta, me rechazas
-Déjame
para consolidar la victoria exigiendo disculpas, arriesgo, con miedo a que te marches
-Tal vez me he equivocado
y en esto me acuerdo de que la loción de afeitar es la misma que usa el marido de tu prima, el que te lleva el Jeep al taller para que lo revisen
-Carlos es un amor, pobre
y en verano te llevó al Algarve porque tenías que hacer no sé qué trabajo en Lisboa y yo había ido dos días antes con los niños. Me acuerdo también de que telefoneé por la noche y no respondiste
-Debo de haberme quedado dormida como un tronco
y de que tenías una mancha negra, como un chupetón, en el brazo. Carlos es más alto que yo y tiene voz de locutor. Sabe hacer reír a las personas. Fuma cigarros puros. Me llama
-Enanito
y me da unas palmadas en la espalda que me descoyuntan las vértebras. Sueles pasear con él en la moto de agua, y me parece que te disculpabas por abrazarlo tanto cuando hace esas curvas tremendas junto a la playa. Por la expresión de tu prima creo que ella no está en desacuerdo conmigo. Puede ser que me equivoque. No cabe duda de que me equivoco. Tu cara de enfado es tan bonita que estoy completamente seguro de que me equivoco. A fin de cuentas, no te ayudo a llevar el Jeep al taller a que lo revisen, las personas, cansadas del trabajo, se duermen como troncos, conviene que uno se sujete bien porque con las motos de agua nunca se sabe, tu prima es una exagerada, se puede perfectamente querer a un tipo bajito y con las vértebras frágiles que presta una atención excesiva a asuntos sin ninguna importancia como pintalabios y lociones. Acerco mi silla a la tuya y te pido perdón. Más tarde, si estás de espaldas
raras veces estás de espaldas
-Mañana será otro día ¿vale?
es posible que nosotros por qué no, y después tú con la nariz hacia el techo en una especie de mueca
no es una mueca, claro que no es una mueca
y yo, sin fijarme en tu chupetón en el brazo
nunca me dejas que te chupe el brazo
yo, a pesar de tu chupetón en el brazo, me acomodo mejor en la almohada, sintiéndome
¿cómo diría?
satisfecho, Fernanda. Satisfecho.
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