Mezcló los personajes de la larga novela que estaba escribiendo. Olvidó quiénes eran y qué hacían.
Una mujer muerta reapareció a la hora de cenar. Un vendedor a domicilio emergió de un remolque en el quinto infierno ataviado con una túnica china. El mismo día en que el asesino debía ser electrocutado, salió a comprar flores para una tal Rita, que resultó ser una niña de diez años con trenzas y gafas de culo de botella… Y así todo.
Sin embargo, nunca hizo nada por mí. Seguí haciéndome más viejo y gruñón, como era mi deber, en un pueblo ruinoso que él siempre describía como “muerto” y “menos que nada”.
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