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sábado, 18 de febrero de 2017

CALENDARIO DE PARED PARA EL AÑO 1973 (Wislawa Szymborska)


¿Y por qué no dedicarle algunas palabras a ese calendario de pared al que le vamos arrancando las hojas? No deja de ser un libro, después de todo, y bastante gordo, ya que no puede tener menos de trescientas sesenta y cinco páginas. Llega a los quioscos en una edición que alcanza los tres millones trescientos mil ejemplares, por lo que se convierte en el mayor best-seller. Exige a sus editores una puntualidad absoluta, dado que su aparición en el mundo editorial no puede retrasarse un año o un año y medio. Requiere una perfección profesional de sus correctores, puesto que el más mínimo error podría remover la conciencia de los lectores. Da miedo de imaginar solamente una semana con dos miércoles, o que el día de Sant Jordi usurpe la festividad de San José. El calendario no es como una obra científica a la que se le pueda añadir una fe de erratas. Tampoco es un volumen de poesía en el que los errores del corrector pasan como un capricho de la inspiración. Toda esta argumentación nos lleva a la conclusión de que tenemos entre manos una rareza editorial. Pero eso no es todo. El destino del calendario no es otro que su progresiva liquidación al ir arrancándole las hojas. Millones de libros nos sobrevivirán y, entre ellos, habrá muchos que serán ridículos, inactuales o estarán mal escritos. El calendario es el único libro que no se propone sobrevivir a nuestra muerte, no reclama sinecura sobre el estante de una biblioteca y su vida es, por norma breve. En su modestia, ni siquiera sueña con ser concienzudamente leído hoja a hoja, y sus páginas solo incluyen el preciado texto por si acaso. Hay en él un poco de todo: aniversarios históricos que caen en un determinado día, rimas, grandes frases, chistes (los típicos de los calendarios, por supuesto), informaciones estadísticas, adivinanzas, advertencias contra el tabaco y consejos varios para combatir a los insectos domésticos. Una extraordinaria maraña de materias y enormes disonancias: la más excelsa historia junto a la trivialidad del día a día; sentencias de filósofos rivalizando con pronósticos del tiempo rimados; biografías de héroes acariciando benévolamente los prácticos consejos de la tía Clementina…Los habrá que se escandalicen por ello; pero a nosotros, que vivimos en Cracovia (y, por tanto, en las proximidades de las tumbas reales), nos conmueve la ambigüedad del calendario. He llegado incluso, a percibir en él algún tipo de semejanza secreta con las grandes novelas universales, como si el calendario fuese un pariente de la epopeya, un hijo legítimo suyo…Y cuando he tropezado con algún fragmento de un poema mío debajo de una fecha determinada (¡una próspera, espero!), he aceptado el hecho con melancólica humildad. En el reverso estaba la receta del pastel de queso vienés: medio quilo de queso, una cucharada de fécula de patata, una taza de azúcar, seis cucharadas de mantequilla, cuatro huevos, condimentos aromáticos y pasas. Y, para finalizar, aprovecho esas pasas para desear un Feliz Año Nuevo a mis magnánimos lectores.


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