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lunes, 20 de febrero de 2017

KOVAC (Patricia Suárez)


Lo llamaban Kovac; todos lo llamaban Kovac aunque tenía sólo catorce años. Hasta su madre lo llamaba Kovac, porque sus otros hijos eran de otro matrimonio y llevaban otro apellido. Por supuesto que tenía un nombre, se llamaba Ernesto, y apuesto lo que quieran a que si alguien le gritaba por la calle “¡Ernesto!”, él no se volvía a ver de cuál boca provenía el grito. Desde los dos años que le decían Kovac y para él ese era su nombre. Ya sé lo que pasará, que yo les voy a contar esta historia y ustedes no me la creerán ni un millón de años, como tampoco se la creyeron a Kovac en su momento, cuando le pasó y la contó a los demás. Los guardias del hotel. Los guardias nomás oírlos se le mataron de risa en la cara y la policía en vez de encerrarlo en un instituto de menores, nada más pidieron a la madre que lo pusiera en tratamiento: era harto probable que Kovac estuviera deprimido, muy deprimido. A esa edad los chicos se deprimen, dijo el tipo que lo arrestó. De hecho, la madre estaba bastante preocupada por la cordura del hijo, aunque el CI daba que Kovac era un genio en matemáticas y se sabía de memoria los nombres de los cuadros y de los pintores que los pintaron, de todos los museos de Europa, el Louvre, el Prado, el Hermitage. Lo cierto es que el chico estaba loco desde los diez o doce años por una cantante de pop, muy famosa por aquella época Britney Spears, a la que apodaban “la novia de América”. Era una chica alta y rubia, que cantaba a los gritos y bailaba siempre dejando el vientre al aire, con un piercing muy llamativo en el ombligo. A veces en la mitad de un recital, se paraba y hacía un globo inmenso con el chicle que estaba mascando. Sólo algunos de los fans la abandonaron cuando ella traicionó a la Disney y se levantó la camiseta para mostrar los pechos mientras cantaba Caramelo ácido, su top hit. A Kovac el asunto de los pechos de Britney Spears lo pusieron más loco que antes, pero esto tiene su lógica si uno cuenta con trece años. Como fuera, Britney Spears vendría a la Argentina a dar su recital anual, en un estadio de fútbol. Sin embargo, este año él había decidido otro plan en lugar de menearse y cantar a viva voz en mal inglés los éxitos de la chica en la cancha. Esta vez, él se colaría en el Hotel Claridge adonde la estrella se alojaría, se escondería en la suite y la esperaría llegar escondido en alguna parte, antes de actuar sobre ella. Kovac cayó con la camiseta de nike azul claro y azul oscuro que Los Pumas estrenaron contra los All Blacks el año pasado: había logrado que su padrastro se la comprara para pasar desapercibido. Al conserje no le llamó la menor atención verlo entrar: era muy alto, demasiado para su edad y a veces, los jugadores de Los Pumas se alojaban en el hotel, cuando concentraban en la ciudad Buenos Aires, los ayudaba a distenderse y estar en plena city a la vez. Había una exposición de cuadros de Vladimir Merchensky con motivos persas en el desayunador; lo vio de reojo al dirigirse al ascensor. Definitivamente, Vladimir Merchensky no estaba en nigún gran museo de arte de Europa aún; no, señor.

Escondido detrás de un sofá esperó la llegada de la diva, a eso de las dos de la mañana. En su casa, nadie lo estaría echando de menos, y quizá hasta lo congratularan el día de su boda con Britney Spears y quizá no, porque ya se sabe que las familias desean para uno todo lo contrario que uno desea para uno mismo. Para ese asunto, él llevaba un cintillo con un diamante, el que su padre regalara a su madre. La estrella del pop entró a las risotadas, y era bellísima, una mujer de ensueño, según las revistas acababa de cumplir 19 años y era de Acuario: claro, el mejor signo del zodíaco. Se quitó la blusa sin aspavientos y Kovac no pudo evitar sentir la picazón en la entrepierna; se hubiera abalanzado sobre Brittany en ese momento para hacerla suya si no hubiera querido que ella lo tachara de entre la lista de sus pretendientes por ser un asqueroso y un pervertido del montón. En esa posición tan incómoda agazapado detrás del sofá, los ojos fijos en el reloj buchanan idéntico al del segundo piso, Kovac esperó. La diva se sentó frente al tocador y de una caja sacó toallitas demaquillantes que se pasó largo sobre la cara, hasta dejarla blanca como un pote telgopor sin helado dentro. Buscó el cepillo rené furterer y en lugar de cepillarse el cabello, se quitó el cabello y cepilló su peluca; vamos, hay que decirlo, de la impresión Kovac tuvo que ahogar un grito. Así que la chica era calva, sin duda era una desilusión, sin embargo, ¿qué desilusión no hay que atravesar para vivir el amor verdadero?, y por eso Kovac no dio marcha atrás para realizar sus deseos, y además era bien probable que la cantante padeciera alguna enfermedad como el cáncer y estuviera sometida a quimioterapias que en las revistas no se comentaban para que a ella no le mermara el trabajo y ya no la contrataran para los grandes recitales por todo el vasto mundo. Claro que sí, se compadecía de ella y la amaría hasta el final, se dijo. Es lo que cualquiera de nosotros se hubiera dicho frente al amor de su vida; el problema fue cuando sentada al tocador y tarareando bajo uno de sus hits, la vio sacarse lentamente los ojos. Los desenroscó, primero uno y luego el otro, y su cara quedó con dos cuencas vacías.

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