Blanco mármol. Blanco mate. Blanco satén. Blanco marfil…
Verde olivo. Verde laguna. Verde manzana. Cetrino…
Azul cobalto. Azul pastel. Cárdeno. Índigo…
Gris plata. Gris niebla. Gris ceniza. Gris acero…
Marrón cuero. Marrón mostaza. Caoba. Vainilla…
Escarlata. Carmesí. Bermellón. Burdeos…
Sepia. Granate. Magenta. Púrpura…
Pasa más de una hora leyendo los envases. Pide un bolígrafo y anota aquellos nombres. Llena varias cuartillas. Las guarda en el bolsillo.
Seguramente ya conocía esos colores pero, sin llamarlos -sin saber su nombre-, nunca los vio del todo. (Las cosas sin nombre, ¿son del todo reales? Las cosas que no tienen una voz donde ser ellas mismas, ¿existen plenamente?)
Intenta retener cómo son el púrpura, el cárdeno, el sepia, el bermellón…
Al final, casi olvida lo que iba a comprar.
Sale de la ferretería con las tuercas y arandelas, pero sobre todo se lleva un botín de palabras.
"¿Quizá estamos aquí para decir: casa, / puente, manantial, puerta, cántaro, frutal, ventana... / decir así, como las mismas cosas nunca creyeron / ser tan entrañablemente?"
ResponderEliminar(RILKE)