Los encontraron al día siguiente, muertos, dentro del coche. Los dos estaban tendidos sobre los asientos reclinados, cogidos de la mano y semidesnudos.
Sin duda se quedaron dormidos y la combustión del motor consumió todo el oxígeno.
La muerte, suavemente, les visitó entre sueños.
Quienes vieron los cuerpos enlazados y la expresión de sus rostros exclamaron “Qué pena”, pero por dentro pensaban “Qué envidia: ésta es la clase de muerte que querría para mí”.
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