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martes, 19 de diciembre de 2017

ASÍ QUEMAMOS A JUAN DE LOS CHOCLOS (Sebastián Beringheli)


Estábamos cansados de Juan. Hartos. Por eso lo quemamos.

Pocos recuerdan su llegada, solo que la abuela lo trajo hace muchísimos años. Los peones más memoriosos juran que Juan trabajaba como un buey. Nadie había visto algo semejante. Día y noche, sin parar, Juan hacía lo suyo, y lo hacía mejor que nadie.

Año tras año la cosecha mejoraba. Créame si le digo que nunca se vieron choclos como aquellos: grandes, gordos, jugosos, con mazorcas largas como el brazo de un chico. Cebado, el abuelo compró los terrenos adyacentes; hizo traer peones de todas partes, incluso contrató a un par de ingenieros de la capital; pero los únicos choclos que crecían así de grandes eran los que cuidaba Juan.

El abuelo le pidió que le contara su secreto. Fue en vano. Juan no pronunció palabra. Entonces el abuelo empezó a vigilarlo de cerca pero a simple vista Juan no hacía gran cosa; solo se quedaba ahí, entre los choclos, en silencio, observando.

Así pasó el tiempo. Décadas. En ese lapso no conocimos la peste. Ni una sola familia de pájaros bandidos se afincó en el campo.

La cosa prosperó; y el abuelo, que era un hombre práctico, pensó que tal vez era hora de recompensar a Juan y traer a alguien para que lo reemplazara en el campo. A lo mejor así, libre de responsabilidades, le confiaría su secreto; pero no hubo caso. Juan se mantuvo en silencio, siempre callado, siempre entre los choclos.

La catástrofe llegó con la muerte de la abuela. Todos la queríamos mucho. Todos la lloramos. Desde entonces la cosecha fue de mal en peor. A duras penas sobrevivimos vendiendo choclos decrépitos.

Hay que decir que Juan nunca abandonó su puesto solitario, ni siquiera cuando fuimos a buscarlo al amanecer, armados con palas y antorchas. Cuando lo quemamos todavía tenía los brazos abiertos, como queriendo abrazar al sol. Una familia de pájaros bandidos había anidado en sus hombros.

Clavado en el maizal, con la mirada ausente, vacías las cuencas en el rostro de calabaza, Juan de los Choclos ya no hacía su trabajo.



2 comentarios:

  1. yo, para ser feliz, quiero un camión



    ruedas y no cimientos



    nunca más de una vez en cada sitio



    cada día un paisaje diferente



    no soy de aquí ni soy de allá



    bares de carretera con mesa del lugar



    cabrales en Oviedo



    queimada en Pontevedra



    marmitako en Gernika



    pipirrana en Jaén



    y no repetir nunca



    contadme, camareros, vuestras vidas



    cada una tan diversa de la otra



    en la radio se oyen siempre emisoras nuevas



    quizá alguna vez suene El blues de mi camión



    durmiendo en la cabina, por la luna bañado



    o quizá en un motel distinto cada noche



    atravesando puertos de montaña



    laderas pirenaicas



    el cañón del Río Lobos



    faldas del Mulhacén



    otro día la costa bordeando



    con olas salpicando los neumáticos



    cerca del mar porque no nací en el Mediterráneo



    túneles, puentes, sierras



    campos, bosques, desiertos



    y eso sin contar con portes transnacionales



    autopista de El Cairo



    travesía de los Alpes



    ruta del Himalaya



    las carreteras (es lo mejor de todo) no mueren en un punto



    las alfombras de asfalto no se terminan nunca



    y por todo eso yo



    para ser feliz



    quiero un camión


    (AITOR SUÁREZ / SAIZ DE MARCO / RAFAEL BALDAYA)

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  2. YO LE DIGO TE ODIO MALDITO HIJO DE PUTA ARRUINASTES MI VIDA LARGATE CON LA PUTA DE MI MADRASTRA MI PADRASTRO SE LLENA DE FURIA Y ME ABOFETEA CON TODAS SUS FUERZAS PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFF

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