Hace una semana, perdí mi sueldo. El domingo, el vestido rojo y tres camisetas. Antes de ayer, las llaves y la casa. Ayer, perdí la cabeza y las manos. Sin embargo, dormí tranquila. No tuve que tomar la pastilla (que tampoco encontré).
Desperté feliz, hasta que me di cuenta de que había perdido los sueños anoche. Esta mañana, en el mercado, me perdí a mí.
Envidio a las personas que, por lo menos, son asaltadas y apuñaladas.
¿Qué más voy a perder? Las piernas, los pechos, el sexo, la memoria.
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