No puedo cantar, ni quiero,
a ese Jesús del madero
(A. MACHADO)
Admitiendo que un relato alegre es una tragedia a la que faltan sus últimas páginas, se propone una Pascua que termine antes de aquella cena.
Habría desfiles procesionales:
En un paso estaría Jesús dando mandobles, echando del templo a los mercaderes.
En otro aparecería en el Tiberíades, andando sobre las aguas. Para que don Antonio lo cantase... a él, al que anduvo en el mar.
Un tercer paso recogería la escena de Lázaro. Cuando le dan la noticia de que ha muerto y, en honor a la amistad (y para desconcierto de teólogos), Jesús llora.
En otro figuraría entre un montón de chavales: jugando con ellos al escondite o pateando una pelota (Dejad que los niños se acerquen a mí).
Cerraría la procesión la entrada en Jerusalén. Como en las demás cofradías, el caperuz estaría prohibido. Los nazarenos gritarían hosanna y marcharían, igual que el Maestro, a lomos de un burro.
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