No lo despierto, pero me acerco para ponerle en su mesilla un vaso de agua por si abriera los ojos cuando yo no esté.
Antes de irme le paso mis dedos por su cabello mientras se da media vuelta.
Cuando llego al hospital me encuentro con él, como siempre desde hace 15 años. Me acerco a su cama y paso de nuevo mis dedos por su pelo. Tiene menos y más canas, y también alguna arruga alrededor de esos ojos cerrados por tiempo indefinido.
Como cada día, alguien ha retirado el agua que yo le pongo. No importa, vuelvo a llenar el vaso, sé que un día despertará; y lo hará con sed.
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