En el viaje de regreso se cruzó con un extraño caminante que venía del norte. El hombre traía toda clase de objetos extraños, brillantes, nunca antes vistos, lo cual le recordó a Huang Tzu su promesa.
—¿Qué regalo me recomiendas comprar, buen hombre?
—Este —dijo el viajero, extrayendo de su bolsa un pequeño espejo.
—¿Y para qué sirve?
—Para dar testimonio de la verdad. Observa el cristal y dime qué ves.
—Veo a un hombre como cualquier otro.
—Entonces esa es la verdad —dijo el viajero.
—Deme dos.
Cuando llegó a casa fue interceptado por las dos mujeres, muy ofuscadas por la tardanza y agitando en el aire sus varas de bambú, pero en seguida Huang Tzu extrajo los regalos y los gritos se calmaron.
La esposa observó su reflejo y empezó a llorar.
—¿Qué ocurre, hija?
—Huang Tzu ha traído a otra mujer a casa, más hermosa y joven que yo.
La anciana tomó su regalo, lo observó, y respondió:
—No te preocupes; esa mujer tiene envidia en la mirada.
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