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viernes, 16 de septiembre de 2016

EL GRAJO (Anton Chéjov)


Llegaron volando los grajos, giraban a montones sobre los campos rusos. Elegí al más respetable de todos ellos y comencé a hablar con él. La mala suerte es que me tocó un grajo razonador y moralizante, así que la conversación resultó algo aburrida. Esto fue lo que conversamos:

Yo.–Dicen que ustedes los grajos viven mucho tiempo. Tanto a ustedes como a los lucios, los colocan los naturalistas como ejemplo de una longevidad extraordinaria. ¿Cuántos años tiene usted?

El grajo.–Trescientos setenta y seis años.

Yo. –¡Oh! ¡De verdad! ¡Sí que habrás vivido! ¡A saber cuántos artículos hubiera escrito yo para La antigüedad rusa y El Mensaje de la Historiade ser tan mayor como usted! ¡Si yo viviera trescientos setenta y seis años no me imagino cuántos relatos, cuentos y escenitas hubiera escrito en ese tiempo! ¡Cuánto habría ganado! ¿Usted qué ha hecho en todo ese tiempo, grajo?

El grajo.–¡Absolutamente nada, señor! Únicamente bebí, comí, dormí y me multipliqué...

Yo. –¡Debería darle vergüenza! ¡Me avergüenzo yo y me compadezco, pájaro estúpido! ¡Ha vivido trescientos setenta y seis años y es tan tonto como hace trescientos! ¡No ha progresado nada!

El grajo. –Pero no llega la inteligencia, señor, con la longevidad sino con la instrucción y educación. Mire usted el ejemplo de China... Más que yo ha vivido, y sigue siendo la misma indulgente que era hace mil años.

Yo (que continúo sorprendiéndome). –¡Trescientos setenta y seis años! ¡Pero si eso es una eternidad! En tanto tiempo, yo habría intentado entrar en todas las facultades, me habría casado veinte veces, hubiera probado todas las carreras y empleos, a saber para qué cargo hubiese valido, y seguro que me habría muerto como uno de los Rothschild. ¿Pero no ve que un rublo en un banco, al cinco por ciento de intereses, se convertiría en un millón al cabo de doscientos ochenta y tres años? ¡Haga las cuentas! Si hace doscientos ochenta y tres años hubiera depositado usted un rublo en el banco, ¡ahora tendría un millón! ¡Eres tonto, tonto! ¿No te da pena y vergüenza ser tan tonto?

El grajo. –Ni lo más mínimo... Nosotros seremos tontos, pero sin embargo nos consuela que en cuatrocientos años de vida, hacemos bastantes menos tonterías que las que un hombre hace en cuarenta... ¡Sí, señor! Vivo desde hace trescientos setenta y seis años, pero no he visto ni una sola vez a los grajos peleándose entre ellos, matándose los unos a los otros, y en cambio ustedes no pueden recordar un solo año sin guerra... Entre nosotros no nos desplumamos, no nos difamamos, no nos hacemos chantajes, no escribimos malas novelas ni poemas, no publicamos periódicos sensacionalistas... He vivido trescientos setenta y seis años y no he visto que nuestras hembras engañen y ofendan a sus maridos. ¿Y ustedes, señor? Entre nosotros no hay sirvientes, ni aduladores, ni traidores, ni vendedores de Cristo...

Pero en ese momento, a mi interlocutor lo llamaron sus compañeros y, sin acabar su discurso, salió volando a través del campo.

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