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domingo, 24 de enero de 2016

EL ÁRBOL (Esther Muntañola)


Cuando llegué a la casa ya estaba el árbol. Apenas vivo, algunas
hojas como plumas, erizadas y sueltas, en desorden. No me
gustó, no me gustó nada, ocupaba un buen espacio, el macetero
medio roto,y no había hoja sana. Mi hermano podó el árbol,
cambié el contenedor y la tierra y conviví con él sin pena ni
gloria los años siguientes. No sabía cómo hacer para que luciera
mejor. El tronco endeble, las hojas duras se resquebrajaban con
mirarlas. Y ya estabas tú en el centro de mi vida cuando cayó
aquella granizada que lo apedreó y estuvo casi un año hecho jirones.

No sé cómo, pero poco a poco comencé a querer a aquel árbol
inútil y feo, a refrescarle el verdor, a mantener la tierra limpia
de minadores, de pulgones, y todas las plagas que residían
encantadas a su lado. Este invierno, ocho años después, me
hizo llorar, lleno de flores, lleno de hermosas abejas zumbando
embriagadas, lleno de vida. Cientos de flores. Qué esfuerzo
tremendo. Y el aire lleno de olor.

Llegó la nieve, tuve miedo por él, las heladas se contaron en
más de diez, volvió el granizo y no pude cubrirlo, pero aún
quedaron granos preñados, se estiraron los días y se volvieron
dorados los frutos. Hoy mordemos a medias este níspero
humilde, hecho de sol y maravilla, y nos sabe dulce y vemos
que está lleno de simiente, como todo aquello que el amor
contiene.

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