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lunes, 2 de noviembre de 2015

DISPUTA CONYUGAL (Anton Chéjov)


-¡Al diablo! ¡Llegas del trabajo a casa con un hambre de lobo, y a saber qué te dan de comer! ¡Y no se puede decir! ¡Lo dices, y enseguida el llanto, las lágrimas! ¡Que me maldigan tres veces por haberme casado!

Dicho esto, el esposo tintineó con la cuchara en el plato, se levantó y, con exasperación, azotó la puerta. La esposa empezó a sollozar, se pegó al rostro la servilleta y salió también. El almuerzo terminó.

El esposo llegó a su gabinete, se tumbó en el diván y hundió su rostro en la almohada.

“¡El diablo te mandó casarte! –pensó. -¡Buena vida 'familiar', no te digo! ¡No has acabado de casarte y ya te quieres suicidar!”

Al cuarto de hora, tras la puerta se oyeron unos pasos ligeros...

“Sí, pongamos en orden las cosas... Me faltó al respeto y ahora anda por la puerta, quiere reconciliarse... ¡Pero qué diablos! ¡Antes me cuelgo que reconciliarme!"

La puerta se abrió con un suave chirrido y no se cerró. Alguien entró y, con pasos suaves y tímidos, se dirigió al diván.

“¡Está bien! Pide perdón, suplica, llora... ¡Una higa vas a recibir!, ¡al diablo! Ni una palabra me sacarás, aunque te mueras... ¡Yo duermo y no quiero hablar!”

El esposo metió su cabeza en la almohada de modo más profundo, y empezó a roncar suavemente. Pero los hombres son tan débiles como las mujeres. A éstos es fácil amargarlos y calentarlos. Al sentir a su espalda un cuerpo cálido, el esposo se arrimó con terquedad al espaldar del diván, y dio una patada.

“Sí... Ahora se mete, se acerca a mí, se me pega... Pronto va a empezar a besarme el hombro, a ponerse de rodillas. ¡No soporto esas ternuras! Con todo... habrá que perdonarla. Para ella, en su estado, es perjudicial angustiarse. Le haré que se torture durante una hora y luego la perdonaré...”.

Sobre su misma oreja voló suavemente un suspiro profundo. Tras éste otro, un tercero... El esposo sintió en el hombro el roce de una mano pequeña.

“¡Bueno, qué le vamos a hacer! La perdonaré por última vez. ¡Basta de torturarla, pobrecita! ¡Además, yo mismo soy culpable! Por una tontería armé un berrinche...” -¡Bueno, basta, mi trocito de pan!

El esposo extendió su mano hacia atrás y abrazó un cuerpo cálido.

-¡No puede ser!

Junto a él yacía su gran perra Diánka.


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