Me dan envidia sus ocurrencias, su improvisación. Me gustaría no envidiarle pero ¿acaso la envidia es voluntaria?
Yo soy disciplinado y previsible. Me centro en escribir un guión, lo memorizo y no me salgo de él. Cada día lo ejecuto fielmente, sin deslices.
Pero él no. Él tiene genio, duende. Él es puro talento, pura inventiva. Y por eso no necesita guiones.
Hace tiempo oí una copla que decía:
La sal, la chispa y la gracia
ni se compran ni se heredan.
Se las da Dios a quien quiere
y a mí me dejó sin ellas.
Pues al que dijo esa copla le pasaba lo que a mí: que no tengo gracia.
A veces, en medio del espectáculo, le veo reírse en mi cara. Es justamente cuando se sale del guión, cuando cambia los diálogos y derrocha originalidad. Ahí, sobre la marcha, improvisa los mejores chistes: los más reídos, los más celebrados. Entonces me mira con ojos socarrones, con gesto que declara “Tú no eres capaz”.
Y al acabar cada función su desdén se agiganta. Ambos sabemos que es a él, y sólo a él, a quien aplaude el público. Como también sabemos que, si un día se bloqueara en medio del show, los silencios (o los abucheos) serían para mí.
Supongo que debería racionalizar mis emociones. A fin de cuentas no es lógico que un ventrílocuo sienta celos del muñeco que mueve, del títere de plástico al que presta su voz. Supongo que no es lógico pero ¿acaso la envida es lógica?, ¿acaso es voluntaria?
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