Bajo el susurro del viejo olivo su cabeza descansaba sobre su hombro, los planes de unir sus vidas en un futuro próximo acaparaban toda su conversación, de la cual también quiso formar parte la guerra que se instaló en medio de los dos.
–Señora, ya está aquí.
Sin dejar de mirar por la ventana asintió. Ella lo esperaba allí, de pie, inerte desde hacia varias horas. La espaciosa sala olía a flores silvestres como le gustaba a él.
Por un instante giró la cabeza y miró la taza de té humeante que era lo único que parecía tener vida allí.
La caja de caoba oscura entraba por la puerta de dos hojas, que abrieron de par en par para la ocasión. Cuatro hombres del pueblo la cargaban por los asideros en forma de aldabas. Dentro el cuerpo de su amor sin vida. Entre altos candelabros descansaron el ataúd al que arropaba una bandera.
–Gracias, déjenme sola por favor.
Una última mirada a su amor y un sorbo de té mientras le sonreía. El arsénico la llevaría suavemente de vuelta sus brazos.
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